Domingo, 30 de septiembre de 2018
Queridas hermanas, laicos, jóvenes:
Hoy celebramos esta fiesta tan querida para todos en el marco del Sínodo de los jóvenes y de la preparación a los 140 años de la llegada de las Hijas de María Auxiliadora a la Argentina.
Quiero decirles hoy gracias especialmente a quienes animan las comunidades educativas, por su servicio generoso, por la búsqueda constante de bien para cada uno.
Les agradezco porque se ocupan de cada estamento de la casa y por cada joven en particular. Nadie es anónimo y eso es muy importante en el carisma salesiano.
Les agradezco a todos porque cada vez más constato que se hace más clara la meta en nuestras casas: que cada chico, chica se encuentre con Jesús Vivo. Ese es el motivo de nuestros desvelos.
Agradezco a las hermanas y laicos que intentamos construir juntos comunidades en el día a día, en una formación conjunta, el trabajo compartido, los diálogos cotidianos.
Agradezco a todos por tratar de que haya vitalidad en cada persona, y grupo de la comunidad.
Les doy gracias a ustedes queridos chicos que buscan a Dios y son evangelizadores de otros jóvenes en nuestras propias casas con quienes no lo conocen. Él es el centro y el fundamento de nuestros más profundos anhelos.
Les agradezco mucho queridas hermanas, laicos y jóvenes de que traten de que la Virgen sea una presencia que camina en nuestras casas.
Por esto en el marco de los 140 años de llegada de las Hijas de María Auxiliadora a la Argentina quiero invitarlos a todos a hacer cada vez más propias algunas actitudes de la Virgen: la alegría, la humildad, la maternidad, el servicio y la audacia.
Mirémosla a Ella en los textos evangélicos y la veremos así.
Les pido y deseo a todos que en este tiempo podamos vivir con mayor alegría, que podamos crecer en humildad, tener más gestos de maternidad, seamos más serviciales y más audaces.
La alegría más honda se cultiva desde adentro no desde eventos exteriores, nos la da el contacto fuerte con el Señor. No podemos ser personas tristes o amargadas, si nos relacionamos profundamente con Él. Sin dudas que no hay lugar para el permanente sabor amargo en nuestro corazón más allá de las dificultades cotidianas.
La humildad crece cuando somos capaces de reconocernos tal como somos y no esperamos que los demás sean como queremos moldeándolos a nuestro modo. Ojalá no seamos creídos sino creíbles.
La maternidad se hace más viva cuando estamos más atentos a quienes tenemos a nuestro lado y no esperamos demasiado de ellos. Seamos madres con nuestros hermanos.
El servicio nos hace salir constantemente de nosotros mismos para ver que necesitan los otros. Ojalá vivamos para Dios en nuestros hermanos. Nos hace realmente más felices dar que recibir.
Y la audacia nos hace centrar nuestra vida en Dios y buscar que los demás lo conozcan como el dador de todo Bien.
Les digo nuevamente gracias a todos por tanto bien que recibo en primera persona y que todos nos hacemos mutuamente.
Con cariño y corazón agradecido
Hna. María Elena